Extinción (II)

El pasado lunes os dejé un post en el que hablaba de la técnica de extinción de conductas inadecuadas. Terminaba el texto, comentando que mandamos un mensaje implícito: «se puede dialogar y negociar en cualquier momento, siempre y cuando las formas sean adecuadas y haya respeto. De otra forma, no te escucharé».

Coherente con ello, se desarrolla esta segunda parte. Cuando además de eliminar,  se busca modificar o sustituir una conducta por otra, debemos añadir un camino alternativo. Es decir, hay que explicar al interlocutor (ya sea adulto o un menor) qué es lo que tiene que hacer para recuperar esa atención perdida de la que hablábamos en el post previo. No podemos esperar que adivine cómo hacerlo, especialmente cuando se trata de niños.

En los últimos años se ha distorsionado constantemente la idea de diálogo con los menores. Bajo mi punto de vista, se ha buscado huir despavoridamente del método de la zapatilla utilizado por muchos padres en el pasado; y en esa huida nos hemos plantado en un plano radicalmente opuesto en el que sin darnos cuenta esperamos que un niño – que a penas tiene experiencias acumuladas – tenga el raciocinio tan desarrollado como un adulto que sí las tiene.

Ni tanto ni tan calvo. Por supuesto que el diálogo es importante, pero siempre y cuando se produzca en un marco bien definido de tranquilidad, receptividad mutua, negociación y lenguaje verbal y no verbal sanos. Es aquí donde tiene sentido la extinción. Se ignora la rabieta, el desafío, la agresividad verbal, la pataleta… y sólo cuando esa conducta se sustituya por preguntas abiertas, lenguaje adecuado y actitud de negociación, se introducirá el diálogo.

Algo que parece a priori sencillo, en realidad es tremendamente complicado. Nos saltamos la linea de la explicación de conducta alternativa, para pasar a repetir una y otra vez información respecto a la actitud del niño/adolescente, sobre los esfuerzos que hacemos como padres, sobre lo que no hay que hacer… Esa repetición no hace más que mantener la atención sobre lo inadecuado y cargar de tensión a la persona (padres y madres habitualmente) que se escucha a sí mismo diciendo lo mismo en bucle y sin resultado.

Otra dificultad estriba en el chantaje emocional. Los padres se llegan a sentir malos por el hecho de ignorar una rabieta del niño y esto les empuja a intentar razonar – de nuevo – en un marco en el que el diálogo no es viable y la voluntariedad del menor al cambio, en ese momento, NO existe. Hay que entrenar muchísimo la paciencia en este sentido.

¿por qué cuesta tanto repetir como un disco rayado «Cuando me hables tranquilo/a, te atiendo», y sin embargo no cuesta nada reproducir el mismo sermón cada día una y otra vez?

ROCIO JOVER MARTINEZ
PSICÓLOGA CV 11179
669 516 962 · psicologa@rociojover.com

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