Si padeces algún problema o lo has hecho, ¿te has planteado cuanto tiempo empleas en hablar de ello? ya sea contigo mismo o con los demás.
Sucede que a menudo, especialmente cuando se trata de problemas de ansiedad o de estado de ánimo, se limita significativamente la actividad socio-familiar habitual y además gran parte del tiempo que se destina a ella es para hablar una y otra vez de lo incapacitante del problema.
«Yo no puedo ir a tal sitio porque tengo ansiedad» «Es que no puedo estar mucho rato porque me agobio y me da ansiedad» «estoy todo el día con sensación de nudo en el estómago y no me pasa nada en particular» «ains…es que todo me pasa a mi» «otra vez me ha vuelto a pasar»…
Estos son solo ejemplos, pero las conversaciones pueden ser larguísimas y versar sobre cualquier característica del problema: los posibles motivos que lo causan, lo tedioso de que se vuelva a repetir, la sensación de que es incotrolable, etc. La cuestión es que hablar de ello puntualmente no es malo, constituye un desahogo emocional; pero que se convierta en costumbre es realmente peligroso ¿por qué?
1) El tiempo que invertimos en hablar de algo que nos preocupa repetidamente, es tiempo que perdemos en buscar la solución
2) El tiempo que invertimos en hablar de algo que nos preocupa repetidamente, es tiempo que perdemos en hacer otras cosas que nos agradan y que por ende nos distraen!
3) A mayor tiempo invertido en hablar del problema, más nos lo creemos. Asi que fijate si dices cosas como «esto puede conmigo», «esto no tiene solución», «no puedo más»… porque si te lo crees nunca te molestarás en buscar la solución que seguro que existe.
4) Cuando compartimos una y otra vez el mismo contenido sobre un problema no resuelto con la gente que nos rodea, tendemos a crearnos una etiqueta (el ansioso, el triste, el negativo…). Dicha etiqueta
puede ser más o menos explícita, más o menos consciente, pero se instaura y con el tiempo gana más y más fuerza. Las etiquetas constituyen un sinónimo de identidad y perderlas es un trabajo muy difícil, hasta el punto de no saber qué tema de conversación sacar, si no hablo de mi y mi problema.
Y tú, ¿cuánto tiempo dedicas a hablar de los problemas? ¿tienes muchos otros temas de conversación? ¿quien maneja tu vida: tú o tus problemas? Sé autocrítico y valora. El primer paso para la solución, siempre es la aceptación de lo que uno mismo hace erróneamente.
Rocío Jover martínez
Psicóloga