La primera pregunta que me surge cuando alguien me plantea el tema del colecho es: ¿durante cuánto tiempo piensas practicarlo? Y la segunda es: ¿quién crees que se beneficiará más de ello, el bebé o tú?
La mayoría de madres o futuras madres que han pensado en ello, frecuentemente aluden a que, efectivamente, facilita la lactancia, incrementa la percepción de apego y contribuye a la sincronización de los ciclos de sueño made/hijo. Sin embargo, opino que el riesgo de que el colecho se convierta en costumbre por repetición es un precio demasiado alto a cambio de dichos beneficios que bien podrían conseguirse con otra serie de praxis.
Como he comentado otras veces, el ser humano es un ser de costumbres. Incluso ante donde algunos juzgamos caos, otros encuentran su orden; seguimos patrones para relacionarnos, para trabajar, para comer, y por supuesto para dormir. Cualquier actividad que prolonguemos indefinidamente en el tiempo, dejará de convertirse en un «trabajo» voluntario, para ser una tarea automática de la que a largo plazo nos cueste desprendernos.
En este contexto el colecho supone un riesgo para el menor: fomenta la dependencia tanto del niño como del adulto, ralentiza el desarrollo de su autonomía e interfiere en los roles familiares y de pareja. A riesgo de parecer tajante, opino que los beneficios que ya hemos nombrado de esta práctica se traducen en economizar el tiempo de la madre y el padre; pero, francamente, tener hijos supone la aceptación innegociable de que requieren tiempo, aunque ello en la mayoría de los casos resulte agotador.
A medida que crecen, los niños han de ir tomando conciencia de sus potencialidades, y como adultos tenemos la obligación de atarearlos en que las desarrollen. Creo que es lo que debe primar siempre sobre la atractiva comodidad de ahorrar tiempo. Es por esto, que considero el colecho como una actividad bonita pero prescindible, que puede practicarse tal vez durante las primeras semanas de vida del bebé, siempre y cuando pongamos una pronta fecha de caducidad y contemplemos el hecho de que el menor se resistirá al cambio y consecuentemente el adulto se enfrentará al reto de acomodarlo.
Si desea alguna aclaración o quiere aportar su opinión, no dude en contactar conmigo en psicologa@rociojover.com
Muchas gracias por tu feedback!
Rocío Jover
Psicóloga
Alicante – Imed Elche