Hoy voy a optar por compartir con vosotr@s una historia que un buen amigo me descubrió hace poco tiempo. Tal vez ya os resulte familiar dado que este tipo de relatos son conocidos popularmente, y más aún con la presencia de internet, pero insisto en que me parece interesante comentarla y reflexionar con vosotros sobre ella 🙂
Hace muchos años, un joven aprendiz de monje con grandes inquietudes y enorme deseo de mejorar, recibió por parte de su maestro, la feliz noticia de un viaje lejos del monasterio chino donde residían habitualmente.El joven, muy ilusionado lo preparó todo, y al cabo de unos días desde su salida, llegaron a un pueblo donde una humilde familia los acogió y les dió cobijo y alimento. Durante su estancia en la modesta casa, el joven monje pudo comprobar que la familia subsistía gracias a una vaca. Ésta les proporcionaba leche y queso, que a su vez podían cambiar por otros víveres y utensilios básicos.Pero una noche, el maestro le ordenó al aprendiz, que se deshiciera de la vaca tirándola por un barranco. El joven quedó muy sorprendido, no quería dejar a la familia que tan amablemente les había acogido, sin su única fuente de ingreso. Sin embargo, tras mucho pensar, su deber de aprendiz fue más fuerte y decidió cumplir la misión que su maestro le había asignado.Después de hacerlo, se sintió realmente culpable y perdido. Sintiendo que no pertenecía a ningún lugar, decidió no volver al monasterio y huyó buscando olvidar lo ocurrido. Pero aquel recuerdo le perseguía a donde fuera, y atormentado optó por trabajar duro hasta comprar una vaca con la que compensar a la humilde familia.Cuando regresó no encontró aquella casa que recordaba, sino una bonita y concurrida posada enmarcada en un verde cesped y un enorme lago azul como el cielo. Contrariado, el antiguo aprendiz de monje se acercó a uno de los trabajadores y preguntó qué había sido de los antigua casa y sus dueños. El hombre le contestó: «Sí, eramos nosotros. El caso es que un día la vaca que nos proporcionaba cuánto teníamos para vivir, desapareció. Aunque fue dificil reponernos de su pérdida, nos dimos cuenta que habíamos de pensar cómo seguir adelante y descubrimos que nuestras tierras eran buenas para el cultivo. De modo que con los frutos de nuestra siembra continuamos con el intercambio de alimentos, y aún nos sobró para vender otros tantos. Gracias al dinero de los excendentes compramos ganado y con el tiempo ampliamos la casa y comenzamos a alquilar habitaciones, y gracias a todo ello ahora somos los dueños de uno de los mejores hospedajes de la zona!»
Como veis es una historía sencilla pero con un mensaje muy claro, yo incluso diría que varios. Por un lado el hecho de que a veces hemos de despojarnos de ciertas cosas que nos atan a una vida suficiente, pero que nos alejan de dessarrollar ese potencial que individualmente cada uno de nosotros poseemos de manera única e irrepetible.
Por otro lado, me recuerda a aquel post que os escribí hace un tiempo sobre la cultura del bienestar y que podeis releer pinchando aquí. Una vez más, es importante que nos demos cuenta que, como le sucedió a la humilde familia, superar una pérdida o una dificultad no fue algo rápido ni fruto del azar, sino que conllevó sufrimiento y dedicación. La diferencia la marcamos en cuanto no nos quedamos encerrados en ese malestar, sino que lo afrontamos indefinidamente hasta alcanzar la meta deseada.
Espero que la historia os haya gustado tanto como a mí cuando la descubrí, y que os ayude a deshaceros de esa vaca que os acomoda pero que esconde vuestro potencial 🙂
Ahora, anímate a contar tu experiencia o comparte si extraes más mensajes de esta lectura!
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