Los hijos y las normas – Parte I

La desobediencia, la irritabilidad, los gritos… es lo que a menudo genera un muchos padres frustración, pues no saben cómo manejarlo. La cuestión es que frecuentemente, dichos padres se ponen como objetivo que estos comportamientos no aparezcan, pero eso no es posible.

Los niños, como tales, tienen el derecho y la necesidad de manifestar sus emociones negativas tanto como las positivas, y lo más habitual es que lo hagan en forma de rabietas (por ejemplo). No hemos de pretender que esto desaparezca, sino que cuando lo haga, estemos preparados para que el episodio dure lo menos posible y el pequeño canalice su enfado de otra forma.
Del mismo modo, no podemos pretender que una vez superada esa rabieta, el niño no vuelva a tenerla más. Pregúntese si cuando Vd. se enfada con su pareja, es la última vez que lo hace ¿ya no tiene más conflictos en adelante? Es evidente que sí, del mismo modo que resulta evidente que los niños pueden volver a enfadarse o entristecerse en el futuro por el mismo o cualquier otro motivo. Como ya se ha dicho, hemos de estar preparados para esos casos.
Uno de los principios fundamentales en este sentido es saber que los niños andan en una búsqueda constante de atención. Así, cuando interactuamos con ellos, ya sea en positivo o en negativo, lo que fomentamos es que esa forma de proceder se repita y se mantenga en el tiempo. Digamos que lo que piensan en ese momento es: «Genial, mamá y papá, no tienen otra ocupación más importante que yo en este momento porque solo me atienden a mi. Esto es lo que tengo que hacer para que siempre me hagan caso». Siendo esto así, no es difícil concluir que si queremos que una conducta se repita deberemos prestarle atención, y que ignoraremos aquellas conductas que no deseemos en nuestros hijos.
Igualmente, es frecuente, que cuando un comportamiento se ha repetido durante mucho tiempo, el niño, al igual que el adulto, se encuentre perdido y no sepa de qué otro modo actuar. Por eso, es importante remarcar qué es lo que SÍ queremos que el menor haga. Veamos un ejemplo de un posible caso:
Me llamo Pepita y tengo 5 años. Son las 20.30 hrs y mamá ya me ha dicho 3 veces que tengo que ducharme pero…no tengo muchas ganas, prefiero terminar de ver los dibujos.
Mamá acaba de apagarme la TV  y no para de repetir que la cena se va a enfriar. Jo… «yo quiero ver los dibujos!! quiero verlos!!!»… Es imposible, mamá me ha quitado el mando de la Tv… ¿qué puedo hacer ahora?…. Ah si! tengo que terminar de colorear el dibujo de ayer!!» Mamá grita desde el pasillo pero no sé que dice… Colorear esto es más importante. Ella debe saberlo porque no para de contarle a papá que estoy dibujando en mi habitación. Creo que viene a ver cómo lo hago…
Mamá ya ha dejado de hacer lo que estaba haciendo y está persiguiéndome para llevarme a la ducha… Ya le he dicho que luego! Yo me resisto, me dejo caer al suelo, chillo… Mamá sigue tirando de mi…Escapo… me vuelve a alcanzar… Vaya! esto es realmente divertido…si estamos jugando al pilla-pilla!!
Son las 21.15 hrs… estoy muy cansada y creo que mamá también porque ya no me persigue… Dice que me tengo que duchar, voy a decirle a mamá que me duche ella…
Es probable que la madre de Pepita esté cansada después de perseguirla y forcejear con ella durante 45 min, y finalmente acceda a ser ella quien la duche. Durante este tiempo, la mamá de María se ha enfadado mucho y lo que es peor, ha dejado cosas por hacer por lo que tendrá que acostarse más tarde… según lo que hemos visto… ¿qué debería hacer? 

Rocío Jover martínez
Psicóloga
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